Karina Riquelme, emprendedora de Impulso Chileno: “Todos me cuestionaron cuando partí”

2 •  ago •  2023
En su casa en Puente Alto, con una olla a baño María y una manga pastelera, esta enfermera dio con la fórmula de una crema que, al fin, alivió la piel de su hija. Hoy, vende sus productos de dermocosmética, bajo la marca Tissé, en una cadena de farmacias. Aquí, cómo lo hizo.

Catalina sufría por no ser como otros niños. No podía ir a la playa, jugar con la arena, ni siquiera correr hasta transpirar. Todo esto era una amenaza para su piel, incapaz de resistir el roce, el sol, el sudor. Por las noches, dormía poco: se rascaba —inconscientemente, sin parar— y eso la mantenía despierta. El ardor era simplemente insoportable y las lesiones, frecuentes.

—Comenzó con estos síntomas como a los cuatro años y nos pasamos otros cuatro años intentando dar con un diagnóstico. Nos dijeron que eran hongos, sarna, de todo, hasta que al fin supimos que lo que tenía era dermatitis atópica. Esto nos afectó mucho como familia, no solo por cómo sufría ella, sino también porque muchas personas, amigos, familiares, o en el colegio, creían que era algo contagioso. Hay muchos prejuicios —cuenta su mamá, Karina Riquelme.

El tratamiento indicado fue usar cremas hidratantes y emolientes y tomar corticoides. Pero Karina, quien estudió Química y Farmacia por un año y luego se tituló de enfermera, no estaba conforme. Los corticoides, dice, ‘son seguros pero su uso a largo plazo puede generar un adelgazamiento de la piel, daños renales y dependencia’.

Decidió entonces que buscaría una fórmula casera para ayudarla. Había leído sobre el poder antiinflamatorio de algunos insumos de origen vegetal —caléndula, aloe vera y arroz, principalmente— y comenzó a tratar de hacer con ellos una crema que los aprovechara en la máxima concentración permitida, para aumentar la velocidad de respuesta de la piel.

—Al principio hacía cremas para mi hija nomás, en mi casa, con una olla y una manga pastelera. Le hicieron súper bien. Después, en 2018, hice unas muestras que regalé, y me empezaron a pedir más, hasta que a mediados de 2019 me decidí a emprender con esto. Todos me cuestionaron cuando empecé. Hacía todo sola: la fórmula, envasar, etiquetar, me iba en micro a dejar los pedidos y no tenía ganancias. Hoy trabajan conmigo 5 personas y estoy en las góndolas de 61 locales de una cadena de farmacias, de Arica a Coyhaique. A la semana de estar ahí, quebraron stock —cuenta feliz.

A lo largo del camino, Karina se ha preocupado de buscar apoyo, comenzando por el Centro de Negocios Sercotec de Puente Alto. A fines de 2018, postuló al premio Impulso Chileno, que entrega la Fundación Luksic, y obtuvo el primer lugar, lo que le dio acceso a un fondo de 10 millones de pesos y una mentoría de seis meses con alumnos del MBA de la UC. Con ese capital, financió todos los temas legales asociados con su marca, incluidos los registros sanitarios, creó su página web y realizó su primera producción a mayor escala. En 2020, obtuvo un fondo de StartUp Chile, con el cual realizó los estudios para poder vender sus productos en la categoría dermocosmética y abrió una línea de aceites, que se sumó a la de cremas. En 2021 obtuvo un capital Semilla Expande de Corfo, con el cual relanzó la marca e impulsó la línea de higiene, con shampoos y jabones. En 2022 obtuvo otro fondo Corfo y, con el apoyo de Mujeres Empresarias, gestionó la alianza con la cadena de farmacias.

Hoy su hija Catalina tiene 16 años y una vida normal. Ya no despierta por las noches de tanto rascarse y disfruta de la playa como cualquier joven de su edad.

—Ha sido un camino difícil, porque nadie te enseña a emprender, y hay que derribar muchas barreras —concluye Karina—. Pero con un motor por detrás, como yo tuve a mi hija, todo es posible. El amor hacia ella me llevó a hacer algo impensado.

Fuente: El Mercurio.